Marea Negra(c.1) by Alberto Vazquez-figueroa

Marea Negra(c.1) by Alberto Vazquez-figueroa

autor:Alberto Vazquez-figueroa [Vazquez-figueroa, Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: adv_history
editor: www.papyrefb2.net
publicado: 2013-12-14T17:00:00+00:00


Resultaría pobre decir que Sebastián, el peón de León Plaza, parecía formar parte de la Naturaleza. En realidad, Sebastián era la Naturaleza misma. No cabía imaginarlo en otro lugar que no fuera el llano, ni ese llano podía estar habitado por hombres distintos.

Su rostro era duro, porque dura era la tierra en que vivía, de perfil aguileño, como tallado en piedra, quemado por el sol y el viento; un sol que caía a plomo abrasándolo todo, y un viento que corría libre por la llanura, a través de cientos de kilómetros. Sus ojos, sus manos, sus silencios y su forma de andar y de moverse le identificaban con cada piedra, cada matorral y cada brizna de paja de la extensión sin límites en que se desenvolvía.

Duro, seco e inflexible, el rasgo más acusado de su personalidad lo constituía, no obstante, la ingenuidad; una ingenuidad propia de quien ha nacido y crecido a jornadas de distancia del lugar habitado más cercano.

Por todo ello, Sebastián amaba y odiaba de una forma sencilla, sin complicaciones, del mismo modo que amaban u odiaban los restantes peones, a los «baqueanos» de los alrededores. Amaba a su familia, su mujer, su hijo Chanito, el pedazo de tierra que le había regalado el general y el puñado de reses y caballos que podía considerar suyos, y que compartían pastos con los de su patrón.

Adoraba sobre todo a su yegua, Cristal, y a su burro, Burro, y el nombre de este último no era una muestra de falta de imaginación, sino que lo había bautizado así después de tratarlo muy a fondo.

Jamás en todos los días de su vida había encontrado —ni él ni cuanto él conociera— un asno más asno, más bestia, más bruto, más burro en fin que Burro, y de ahí que llamándose en un principio Canelo, decidiera cambiarle el nombre, vista su forma de ser.

Por su parte, a Cristal el nombre le cuadraba igualmente, pues era un animal airoso, delicado y fino, de altivo porte y un extraño encanto en el corveteo y en el andar, que hacían creer que podría quebrarse en un instante.

Por el contrario, el peón odiaba a los zamuros, las serpientes, los jaguares y, sobre todo, a los cuatreros y merodeadores.

Los zamuros negros, tétricos y siempre a la espera de carroña, constituían una señal de desgracia y mal agüero, porque verlos girando allá lejos en el cielo, indicaba que una pobres res o un caballo estaban a punto de morir o era ya festín de las sucias aves. En verano, con la gran sequía, cuando las bestias iban cayendo una tras otra, los zamuros se convertían en una pesadilla contra la que nada podía hacer, impotente y rabioso.

Perseguía a muerte a las serpientes, y en los escasos días del año que no tenía un trabajo urgente que realizar, ocupaba su tiempo en rastrear los alrededores de su rancho, en busca de sus nidos y sus cuevas, «echándoles candela» y acosándolas sañudamente con ayuda de su afilado machete.

Su odio por los



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